jueves, 28 de agosto de 2014

Reconsiderando True Blood

Ayer mismo, en cuanto me encontré sola en casa, hice algo que tenía cierto pavor a hacer. Enchufé el portátil a la tele y al DVD y me dispuse a ver el último capítulo de True Blood. Cómo empecé a ver dicha serie ahora ya no tiene mucha importancia, pero sé que no he sido la única que se preguntaba, verano tras verano, por qué narices seguía viéndola.

Juro que no es por Eric


Está claro que True Blood es una serie llena de tios buenos personajes interesantes que representan, hasta el topicazo, la esencia del sur de Estados Unidos. Pero seamos claros, Sookie Stackhouse es un coñazo de protagonista. Una pelma y una cursi. Aún tengo pendiente encontrar a alguien que haya visto la serie y crea que es un personaje digno de recordar.

Lo primero que me llamó la atención de esta serie fue la cabecera. La HBO, como más tarde aprendería, se curra muchísimo las cabeceras de sus series (véase Game of Thrones o Six Feet Under), pero con ésta hicieron un trabajo más que magnífico. Puedo decir que es la única cabecera que nunca paso de largo. Quién me iba a decir a mí cuando empecé a verla con unos 18 o 19 años que acabaría estudiándola brevemente en una clase de literatura sureña de los EEUU de un máster en la Universidad de Santiago de Compostela... A lo que iba. Una de las características de esta cabecera es el contraste entre lo sagrado y lo profano, el cristianismo y todo lo que hay más allá, y de cómo una religión que llama a amar al prójimo acaba por repudiar a los que son diferentes, a los vampiros.


Creo que la cabecera de esta serie consigue principalmente dos cosas: sintetizar el universo violento y obsceno de True Blood y a la vez hacer una crítica al fanatismo religioso y a la llamada hipocresía de la cultura yankee.

True Blood consigue, en mi opinión, sobreponerse al hecho de que su protagonista simplemente es un plomo. Y es por eso que la serie se salva por otros personajes mucho más carismáticos, tales como Lafayette y su hookah, Pam y su I'm so over Sookie and her precious fairy vagina y, por supuesto, Eric Northman.Y no nos olvidemos de Antonia Gavilán de Logroño, que carisma lo que se dice carisma no tenía mucho, pero te echabas unas buenas risas cada vez que pronunciaba su nombre.

No solo eso, True Blood ha tocado temas como el fanatismo religioso, la política conservadora de Estados Unidos, el holocausto y los campos de concentración o la falta de derechos hacia según qué colectivos (en este caso, hacia los vampiros).

¿Y cómo ha quedado la historia al final de la serie? Obviamente a partir de aquí hay spoilers. Resulta que a Alcide se lo cargan así de un plumazo porque el buen hombre ya sobraba en la trama, y a Sookie se la pela. Muere Tara y los espectadores lloramos de alegría. Bill, personaje del cual he estado evitando hablar ya que sobre él tengo sentimientos encontrados, se clava una estaca haciéndose el mártir de la finale, justificándose con el hecho de que no quiere privar a Sookie de una vida normal (esto último me huele a Edward Cullen). ¿Entonces Sookie se queda con Eric? Pues no. Eric y Pam siguen con su vida de desenfreno una vez que consiguen sintetizar la New Blood.

¿Es un buen final? Sí.
¿Ha sido una buena temporada? No.

Para mí True Blood ha sido durante todos estos años una serie petarda que ver en los días más calurosos. Sin embargo, ahora que se ha acabado y analizando un poco el contrafondo de la serie, sé que voy a echarla de menos.

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